por Houda Bakkali
Director del medio digital “Cultural Viva”, Jonás Almanza es una de las voces más amables y comprometidas con la cultura y el arte. Con una mirada profundamente implicada con la sociedad, con el equilibrio entre las manifestaciones culturales tradicionales y las más disruptivas, este comunicador de referencia en la escena colombiana, nos acerca al rico y multidisciplinar panorama artístico de Bogotá. A través de una mirada en la que la cultura está más viva que nunca, su voz y labor reivindican un sitio con identidad propia para las manifestaciones artísticas, entendiendo la cultura como la mejor aliada para transformar la realidad, celebrar la vida y los valores comunes que nos unen y nos hacen crecer y creer en un futuro lleno de retos, pero también de grandes oportunidades.
¿Cómo es el panorama cultural de la capital colombiana? ¿Qué lo hace diferente al del resto?
Bogotá es una ciudad donde la cultura no se busca: te encuentra. La capital de Colombia es un mosaico vibrante donde confluyen tradiciones indígenas, herencias afrodescendientes, influencias caribeñas, ritmos andinos y expresiones urbanas contemporáneas. A diferencia de otras ciudades latinoamericanas con una identidad cultural más homogénea, Bogotá es ante todo una ciudad de encuentros, resultado de múltiples migraciones internas y externas que han enriquecido profundamente su escena artística.
Su panorama cultural es especialmente diverso, inquieto e innovador: conviven la música de cámara con el rap, las artes populares con los nuevos medios, y cada barrio ofrece un universo estético particular. Para quienes llegan de fuera, Bogotá sorprende por su escala humana, su energía creativa y la sensación de estar en una ciudad que se piensa y se reinventa todos los días.
Todo esto fue una invitación para nosotros, desde nuestro medio Cultura Viva, a recorrer la ciudad y narrarla. A través del periodismo quisimos mostrar cómo conviven las herencias ancestrales, los distintos ritmos culturales y la memoria colectiva con el día a día vertiginoso de la ciudad más industrializada de Colombia.
La Bienal de Bogotá de este año propuso mirar la ciudad como una obra en sí misma, ¿cómo fue esa experiencia?
Ha sido una experiencia transformadora tanto para los habitantes como para los visitantes. La Bienal BOG25 invitó a caminar Bogotá con una mirada renovada, descubriendo la belleza que a menudo se oculta tras la velocidad de la vida urbana.
El epicentro fue el “Eje Ambiental”, un corredor peatonal que guarda en silencio la memoria de varios siglos: antes fue un río sagrado llamado Vicachá, luego San Francisco, después una avenida, y hoy es un paseo urbano donde el agua fluye discretamente junto a edificios neoclásicos, modernistas y brutalistas.
Ver cómo más de cien artistas nacionales e internacionales intervenían este espacio fue como contemplar la ciudad abrirse, respirar y contar su historia a través del arte. Para los visitantes, fue una oportunidad de recorrer Bogotá como si fuera un gran museo al aire libre, emocionante y accesible.
Este año la Bienal puso el acento en la felicidad urbana, ¿en qué se tradujo esto?
La Bienal transformó la idea de “felicidad urbana” en una experiencia palpable para la ciudad. Durante semanas, Bogotá —conocida por su ritmo acelerado y sus lluvias repentinas— se volvió más abierta y sorprendente. Bajo el eje curatorial Ensayos sobre la felicidad, más de 200 artistas del mundo intervinieron calles, plazas y edificios, llevando el arte a la vida cotidiana.
La felicidad se manifestó en gestos inesperados: la casa flotante de Leandro Erlich en la plaza de Lourdes, que invitaba a reflexionar sobre sueños y desarraigos; Semilla, una enorme esfera blanca en el Parque de los Novios, que despertó la imaginación de los más pequeños; y la instalación de 15.000 flores en el Eje Ambiental, que convirtió un corredor habitual de paso en un verdadero lugar de encuentro.
El énfasis en la felicidad también significó democratizar el arte: sacar las obras de los museos y permitir que cualquier transeúnte se encontrara con ellas. Bogotá se abrió como un gran museo al aire libre, reafirmando su aspiración de situarse entre las grandes ciudades del arte en Latinoamérica y mostrando que la creatividad puede transformar la vida cotidiana.
Arte para la gente, arte con compromiso social, arte donde no han faltado las flores y la fiesta. Sin duda, la mejor carta de presentación de Colombia, ¿qué ha echado en falta en este festival de arte de los valores universales?
En un festival tan rico y diverso, quizá lo único que puede echarse en falta es un mayor espacio para reflexionar sobre la sostenibilidad cultural a largo plazo: cómo proteger a los creadores, garantizar que las comunidades que inspiran muchas obras reciban beneficios reales y asegurar que el arte sea un puente para la reconciliación, no solo un momento de celebración.
También podría profundizarse en un mayor diálogo intercultural entre las regiones más apartadas y los públicos urbanos, para que los valores universales —como la dignidad, la memoria y la igualdad— se expresen desde múltiples voces.
BOG25 logró acercar el arte contemporáneo al público general y mostrarlo como un lenguaje accesible, emocional y profundamente conectado con la realidad del país. Sin embargo, podría profundizarse en futuras ediciones un espacio aún mayor para reflexionar sobre el papel del arte en la construcción de valores universales, especialmente en un país cuya diversidad cultural es tan amplia como su compleja historia reciente.
El arte contemporáneo colombiano se distingue por su capacidad de diálogo: fusiona técnicas ancestrales con prácticas contemporáneas, reinterpreta iconografías precolombinas, incorpora tejidos, cerámicas, paisajes naturales y saberes artesanales en formatos como videoarte, performance e instalación. Muchos artistas trabajan desde la memoria, la denuncia, la reparación y la crítica social, utilizando la innovación para reinterpretar el pasado y pensar colectivamente el futuro.
Artistas como Doris Salcedo, Juan Manuel Echavarría, Óscar Murillo, María Elvira Escallón o Nadín Ospina —junto con nuevas generaciones y curadores colombianos que trabajan en todo el mundo— han convertido la identidad, la memoria y la crítica en motores de creación con reconocimiento internacional.
Por eso, si algo podría complementarse en un evento de esta magnitud, sería una mayor visibilidad para el ecosistema más amplio del arte colombiano: espacios emergentes, ferias independientes, arte colaborativo y procesos comunitarios que también construyen valores universales como la equidad, la justicia social, el respeto por la diferencia y el cuidado del patrimonio. Aun así, BOG25 dejó claro que en Colombia el arte no solo embellece: crea conciencia, despierta memoria y explica, de manera profundamente humana, la enorme megadiversidad cultural del país.
¿Qué retos plantea la era digital para el arte en la capital de Colombia?
La era digital está transformando profundamente la escena artística bogotana. Hoy el desafío no es solo incorporar tecnología, sino entenderla como una herramienta de creación, interacción y pensamiento. En Bogotá, el arte digital ha crecido gracias a la democratización de herramientas de modelado 3D, animación, pintura digital o videoarte, así como por su estrecha relación con industrias como el cine, los videojuegos o la publicidad.
El primer reto es la formación especializada: aunque existe talento, aún es necesario fortalecer la capacitación en software profesional y metodologías de producción avanzadas para que más creadores puedan competir a escala global. A esto se suma la velocidad del cambio tecnológico, que obliga a los artistas a adaptarse constantemente a nuevas herramientas, plataformas y lenguajes.
También está el reto de la interactividad: el público actual ya no quiere ser solo espectador, sino participante. La realidad aumentada, la realidad virtual y las experiencias inmersivas abren nuevas formas de relación con la obra, lo que exige repensar los espacios de exhibición y la mediación cultural. Surgen además preguntas éticas sobre inteligencia artificial, derechos de autor, propiedad digital y autenticidad de las obras en tiempos de edición ilimitada.
Pese a todo, Bogotá vive un momento vibrante. Plataformas digitales, redes globales y mercados como los NFTs han permitido que muchos artistas comercialicen su obra sin intermediarios, ampliando su alcance y consolidando carreras antes impensables. La ciudad acoge espacios clave para la formación y la industria —como Colombia 4.0, BAM, BOMM o ArtBO— que conectan talento emergente con referentes internacionales.
La presentación de Houda Bakkali, documentada por Cultura Viva, mostró cómo lo digital no compite con lo humano, sino que lo expande. Su trabajo propone una mirada fresca al arte digital, invitando a reflexionar sobre su poder transformador y su capacidad de conectar con audiencias diversas.
“Colombia es Cultura Viva”, ¿qué le sugiere esta frase?
Evoca movimiento, diversidad y transformación permanente. Sugiere que la cultura en Colombia no se conserva solo en museos o libros, sino en la vida diaria: en las fiestas, los cantos, los oficios, los ritmos, los saberes ancestrales, las prácticas comunitarias, las migraciones y los intercambios que reinventan al país constantemente. “Cultura viva” significa identidad, memoria y pertenencia, pero también creatividad y capacidad de reconstrucción. Colombia transforma sus heridas en arte y sus diferencias en riqueza cultural.
Nosotros apostamos por el periodismo cultural porque creemos que el arte, la música y todas las expresiones culturales son un fortín de resistencia frente a la violencia y las dificultades que han marcado el imaginario colectivo. La cultura permite mantener viva la memoria, reconocer la dignidad de pertenecer a un país que se transforma día a día y encontrar en la creatividad un medio para reconstruir la realidad. Colombia es un país de belleza única, pero también de grandes retos; por eso somos Cultura Viva: porque tenemos el poder de transformar la realidad con arte, cultura y narrativas que celebran la vida, la memoria y la diversidad.